Os dejo este relato contra la Violencia de Género y el maltrato a la mujer. Un abrazo a todas las mujeres que por desgracia fueron alguna vez maltratadas física o psicológicamente. Este relato va por vosotras.
El título tiene doble interpretación: Hasta que la muerte nos separe como la frase típica tras una boda, representando la antigua idea de que el matrimonio debía ser para toda la vida y Hasta que la muerte no pare, simbolizando la lucha de todos por acabar con esta lacra social.
HASTA QUE LA MUERTE NO(S SE)PARE
- Clara, cariño, ha llegado esta
carta para ti. Un poco tarde para felicitarte por tu dieciocho cumpleaños, ¿no?- insinuó su madre
tratando de averiguar quién era el remitente.
- ¡Gracias! Pero aunque haya pasado
una semana, una felicitación siempre es bien recibida.- Contestó Clara
dirigiéndose a su habitación, mientras abría el arrugado sobre de papel
reciclado que se le resistía.
Una vez dentro de su habitación,
junto al escritorio casi sufrió un desvanecimiento cuando sus ojos recorrieron
las primeras letras del texto. Tuvo que agarrarse al cabecero de su cama para
no caer al suelo. Todo a su alrededor parecía girar como en un tiovivo, el aire
oprimía sus pulmones y sintió cómo en sus ojos temblaban dos tímidas lágrimas.
Al sentir la cómoda seguridad de su cama, releyó las primeras líneas
manuscritas sobre el austero papel.
< Querida
Clara, soy yo, María Jesús, tu madre...
>
No pudo continuar con la lectura,
la apartó de su vista, y justo cuando estaba ocultando la carta bajo su
almohada reprimiendo la tristeza que afloraba en su mirada, una cabecita
plagada de revoltosos rizos asomó tras la puerta.
- Hermanita la cena está lista,
papá dice que bajes enseguida. Su hermano pasó revista a toda la habitación en
un solo instante, como si sospechase que algo no iba bien. - ¿Te ocurre algo?
No tienes buen aspecto.
- Sí, sí, estoy bien.- aseguró
Clara mientras empujaba la carta debajo de la almohada. Vamos, bajemos antes de
que papá se ponga nervioso.
Cerrando la puerta, sus ojos se
clavaron en el pedazo de papel que se vislumbraba bajo la almohada. Clara pensó
que más tarde, en cuanto cenase, leería la carta. Aunque no sabía si al final
se atrevería. ¿Por qué le escribía ahora que había pasado tanto tiempo?
¿No tuvo suficiente con arruinarle
su vida y arrebatarle a su padre?, ¿tan egoísta era que no podía dejarla ser
feliz? Las preguntas se agolpaban en su cabeza, mientras hacía como que cenaba
dándole vueltas al puré y el pescado delante de su familia. No podía quitársela
de la cabeza, incluso cuando su padre le ordenó que acabase la cena, no lo
escuchó. Era como si esa carta después de catorce años hubiese borrado toda su
vida de un plumazo. ¿Se desvanecía su nueva vida y renacían sus terrores y
pesadillas del pasado?
No pensaba consentirlo. Ya era
mayor de edad y no estaba dispuesta a que el invierno volviese a su vida, ahora
decidía ella.
Subió las escaleras de dos en dos
haciendo caso omiso de los comentarios de sus padres, cerró el viejo cerrojo de
la puerta de su dormitorio, y éste le recordó las pesadillas nocturnas que
sufrió durante meses y los años que tuvo que dormir con la puerta cerrada a cal
y canto , por miedo a que ella entrase en la habitación para llevársela.
Y ahora esto. Abrió la carta con
mayor determinación que la vez anterior, y se sumergió en una profunda y temerosa lectura.
< Querida
Clara, soy yo, María Jesús, tu madre. No sé si recibirás esta carta el día de
tu cumpleaños pues aquí los días pasan con la misma monótona agonía. No sé por
dónde empezar a pesar de haber tenido tantos años para explicarte esto. Sólo sé
que lo que le hice a tu padre fue por ti, y que sólo tú me diste el valor
suficiente para hacer algo que jamás pensé que
yo pudiera hacer>.
Clara no podía creer lo que esos
trazos de bolígrafo barato le decían. ¿Cómo se atrevía? La culpaba ella del asesinato de su padre, muy típico de
los cobardes era escudarse en otros para llevar a cabo sus terribles actos.
Pero ella no iba a acarrear con ninguna culpa.
<
Aunque he intentado protegerte todos estos años, creo que ya es hora que sepas
la verdadera historia de lo que pasó, y olvides todas las historias que te han
contado tus tíos, tan buenos que no pudieron hacerse cargo de ti, o las
patrañas que te habrán metido en el centro de acogida al que te llevaron cuando
tenías cuatro años.
Hija
mía, todo empezó al poco tiempo de casarnos. Tú todavía no habías nacido,
afortunadamente.
Nos
mudamos del pueblo porque tu padre consiguió un buen trabajo como albañil en la
ciudad, y nos compramos el piso. Todo era tan alarmantemente normal, yo jamás
imaginé la clase de persona con la que había jurado amor eterno, “hasta que la
muerte os separe” dijo el sacerdote. Qué razón tenía ...
Las
primeras noches que llegó ebrio, no le dije nada pues pensaba que era cosa de
hombres lo de tomarse unas” copichuelas” con los amigos en la bodeguita después
del trabajo. Pero cuando empezó a convertirse en una rutina, decidí hablar con
él. Una noche, 21 de Febrero de 1981, la recuerdo con exactitud porque fue el día que la primera bofetada
borró la dignidad como persona de mi cara. Las primeras palabras no habían
hecho más que salir de mi boca, cuando de repente , si saber cómo ni por qué,
sentí una explosión en mi oído, y me encontré en el suelo con el labio partido
y sangrando.
Ahí
descubrió lo poderoso que se sentía y el placer que le ocasionaba verme sufrir
y tragarme su amargura y frustración ante la vida. Fue mi perdición. Tras ésta
vinieron muchos cientos de noches con la nariz partida, el ojo morado, o las
costillas marcadas por su cinturón. Traté de complacerle, tenerlo todo a su
gusto, ser la más servil de las bestias. Pero todo era en inútil. Siempre había
una excusa para ensañarse conmigo. Una camisa mal planchada, la barra de pan
dura, la comida fría, sosa o demasiado salada. Así, fui sobreviviendo aterrorizada,
con la esperanza que algún día cambiara de actitud ante la imposibilidad de
zafarme de mi verdugo. Hasta que me quedé embarazada. Durante esos meses todo
cambió y volvió a ser la persona amable y callada de quien me enamoré. Pero la
falsa Tregua poco duró, exactamente, la primera paliza vino cuando aun estabas
en la cuarentena. Durante tus primeros años de vida traté de evitar por todos
los medios que te percataras de la terrible situación, y desviaba toda su ira
hacia mí, para que dejase a mi niña en paz.
Tu
me diste los momentos más maravillosos de mi vida, ahora recuerdo como me
llamabas “mami, mami, mira que dibujo he hecho”, siempre tenías “mami” en la
boca a todas horas. Dentro de mi infierno tu eras mi único alivio. Esta
situación hubiera continuado así hasta que tu padre me hubiera matado a golpes
o hasta que ocurrió lo que pasó aquella noche.
Ese
día tu padre regresó antes de que la cena estuviese preparada, traía la cara
cambiada, como cundo llevaba varias horas bebiendo. Y lo estuvo haciendo. Lo
habían despedido y su única forma de saciar su ira era la de costumbre. Pero
esta vez una personita dulce e inocente se cruzó en su camino.
Yo
estaba en la cocina pelando patatas rápidamente para freírlas y hacer la
tortilla, cuando tus primeros gritos llegaron del salón. Cuando llegué, tu
padre había cogido la correa y con la hebilla te había golpeado varias veces en
tu carita. La sangre que recorría tus mejillas y que cayó en tu muñeca fue la sangrienta
y horripilante gota que colmó el vaso. Intenté apartarlo de ti, pero me propinó
un puñetazo y me tiró al suelo. Sin pensarlo, con el cuchillo de cocina aun tembloroso
en mi mano, me abalancé sobre él y lo clavé sobre aquella bestia, sin saber ya
que hacer por protegerte. Su mirada, mientras caía de rodillas, fue mitad
sorpresa y asco, pero el odio que aprecié en sus ojos , inigualable a ningún
otro anterior, empujó mi mano una vez más contra su pecho, asegurándome que no
volvería a hacernos daño.
El
resto ya lo conoces, nos separaron cuando fui a cumplir condena: veinte años.
Pero no me arrepiento de lo que hice pues sé que vives y eres feliz. Ahora que
ya te he contado la verdad, me quedo más tranquila. Sólo quiero que sepas que
para mí siempre has sido más importante
que yo misma, y sé que hice lo que
cualquier otra madre habría hecho en mi lugar. Te quiero y también sé lo mucho
que tú a mí me has querido. >
Así acababa la carta de una
valiente. Su madre. Con los ojos borrosos, cegados aun por las lágrimas
derramadas ante el egoísmo y el orgullo juvenil reprimido durante todos esto últimos
años, Clara bajó corriendo al salón.
-Marta, mañana me gustaría ir a ver
a mi madre.- Su madre adoptiva dio un respingo al oír que la llamaba por su
nombre propio. -La carta era de la cárcel, y ya tengo edad para ver a la
persona que ha hecho tanto por mí. ¿Me llevaréis a verla?
A la siguiente mañana cuando sus
padres aparcaron junto al módulo de visitas para reclusas del centro
penitenciario. Marta les pidió que la esperaran en la cafetería, era algo que
tenía que hacer ella sola. Se dirigió llena de ilusión y arrepentimiento por no
haber visitado a su madre en tanto tiempo. Sabía que la quería y la perdonaría,
tenía que explicarle tantas cosas… tenía que agradecerle el haberle dado la
vida dos veces. Estaba muy nerviosa, casi histérica, ya casi no le quedaban
uñas en los dedos, necesitaba verla, abrazarla, besarla, decirle que todo iría
bien, que hizo lo correcto y que siempre la tendría a su lado.
Por fin llegó el momento, en el
mostrador de información se encontraba una empleada de la penitenciaría.
- Buenos días, ¿podría decirle a la
reclusa Mª Jesús Gómez Sanz que su hija Clara ha venido a verla?
- Perdón, ¿cómo dice?- Preguntó la
mujer consultando la lista de visitas.
- Mª Jesús Gómez Sanz – repetí
doblemente nerviosa.
- Lo lamento enormemente, pero la visita
no va a poder realizarse.- Continuó tras una enorme pausa. La reclusa de la que
me habla falleció hace tres días. De veras que lo siento.
Me maldije entonces por no haberla
perdonado en vida, por no haber tratado buscarla. Comprendí en ese momento que
las cosas deben hacerse ya, ahora, en vida; no podemos esperar que todo se
solucione o mejor en el futuro, sin arriesgar o no poner nada de nuestra parte.
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