Sentí el miedo. Real, escalofriante y por primera vez en toda mi vida. Noté cómo trepaba por mi espalda clavando sus uñas hasta el alma, hasta dejarme sin respiración. Lo había visto hacía un rato, agazapado en las escaleras conducentes a mi habitación. La tenue luz me dejó atisbar su figura unos instantes… supe que venía a por mí. Me había mirado con parsimonia, recreándose en su tributo.
Ya lo había visto en otras ocasiones, siempre había coincidido cuando algún familiar nos había abandonado. Pero
jamás se había fijado en mí. Aunque supe que algún día lo haría.
Tumbado en mi lecho, rezo sin saber por
qué, ni a qué. Nunca he creído en nada, pero en esta aciaga noche creo en todo
lo inexplicable, en todos los dogmas que el miedo me empuja a abrazar como
propios, aún a pesar de haber renegado de ellos durante toda mi vida.
¡Qué hipócritas somos cuando vemos el final!
Cualquier cosa antes que aceptar el abismo del olvido, de desaparecer.
La puerta está cerrada, pero sé que ya
está dentro. Lo siento cerca, rodeándome, olisqueando el terror que me impide
siquiera tragar. Tengo el gaznate tan seco que noto los pliegues de la garganta
arañando cada vez que trato de tragar para reunir fuerzas.
No me siento capaz de abrir los ojos
porque sé que lo veré, aún en medio de la oscuridad. Sé que cuando lo haga ya
no seré más, simplemente no estaré; así de sencillo. Sin embargo, no recuerdo
ni un solo día sin ser. Siempre he sido y cada nuevo día me recuerdo siendo,
estando.
¿A
dónde iré? ¿Ya no seré?
Tan sencillo como eso y no lo logro
comprender...
Me hallo como un indefenso niño apretando
los ojos para no despertar en medio de una común pesadilla, solo que esta vez no
despertaré aliviado pensando en lo que hubiese sido no ser más.
Tantas noches he
jugado a este juego de vida y muerte. Tantas he vuelto a despertar, que me he dormido confiado, sabiendo que mi camino no estaba hecho, que no me
tocaría desaparecer a mí. Son otros los que no vuelven, son otros los que no
son.
Esta vez es diferente. Me lo dice mi piel
y los vellos que se erizan al sentir su cercano aliento. Me huele, sabe que no me podré resistir eternamente. Sabe que el gato murió por curioso y que el
hombre solo mira su ombligo, que nadie me ayudará; estoy solo. Nadie podrá librar esta
batalla a mi lado, ningún juez por todopoderoso que sea podrá indultarme de esta condena
universal.
Espera paciente. Diría que le entretiene
mi sufrimiento. Nunca le había imaginado sonreír, pero esta noche parece que
algo le divierte.
Tengo miedo a mover un minúsculo ápice de
piel por si trata de abalanzarse sobre mí. No quiero mirarlo, no puedo, sé que cuando
lo haga no despertaré.
Aguanta, resiste y se marchará, al igual que
tantas otras veces.
No seas idiota, nadie ha podido salvarse… no eres especial. ¿Y
si lo consigo? —pienso, como haría un pobre idiota desesperado.
Lo siento escalando por los pies de mi
cama. Lo noto sobre mi cuerpo, secándome por dentro. No quiero morir, yo no.
Soy demasiado importante, al menos para mí. Que será de mi todo: familia,
amigos, posesiones, sueños y deseos. Se borrarán. Al igual que un cúmulo de
arena en un día de ventisca. Cuando todo pase no habrá más que el recuerdo de
la duna que hubo un día allí.
¿Es eso lo que soy? ¿Un efímero recuerdo…?
¿Es eso lo que soy? ¿Un efímero recuerdo…?
Me toca. Comprueba si respiro, si me
muevo, o si ya estoy listo para el viaje. Mis ojos lloran por dentro, mi grito
se ahoga y mi mente se nubla con tormentos que agitan mi respiración. Me sabe
agónico y por eso me clava las garras en la piel. Duele.
Una última súplica antes de abrir los
ojos: regresar a todos esos nimios problemas que estrangulaban mi
felicidad, todos aquellos sinsabores que agriaban mi cotidiana existencia y la
teñían de gris. Quiero todo aquello que me era invisible porque sabía que
mañana estaría ahí de nuevo, pero lo ignoraba. Lo quiero… por favor.
Abro los ojos: oscuridad.
Los vuelvo a cerrar pletórico. No había
nada, él no estaba. Le he vencido. Volveré a despertar, viviré tantas cosas,
tantos momentos que siempre había dejado para para más adelante…
Ha estado cerca, tal vez sirvieron mis
devotas súplicas fruto de la desesperación. Sea lo que fuese… vuelvo a existir de nuevo.
Confiado, me dispongo a abrir los ojos
para levantarme y empezar tantas empresas retomadas tras la angustia. Entonces,
desde la oscuridad del sueño infinito, el rostro más espeluznante que jamás
hubiese podido imaginar, desciende sobre mí.
Antes
de sentir cómo el cadavérico miedo me lleva de este mundo, me doy cuenta que ya no siento, ya
no soy.
Después… oscuridad, silencio, nada.
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