Sunday 30 October 2016

LEGADO DE SANGRE ya es una realidad


Tras una larguísima espera, el tercer volumen que cierra la trilogía Enemigos Oscuros cierra un ciclo de dos años en mi vida literaria. 
Puedo deciros que saldrá a la venta el 18 de Noviembre, el día de la Presentación oficial en Málaga. Ya os comentaré lugar y hora pero será en el centro de Málaga, por la tarde. ¡Tenéis que venir!

No os puedo adelantar cómo será la portada hasta el día 2 de Noviembre, cuando la editorial Triskel la publique. Ya estoy de los nervios... En cuanto esté en preventa en Amazon os aviso.
Ahora necesito todo vuestro apoyo y espero que disfrutéis con un final apoteósico.


Thursday 27 October 2016

Relato: Sentí el miedo #historiasdemiedo concurso Zendalibros



Sentí el miedo. Real, escalofriante y por primera vez en toda mi vida. Noté cómo trepaba por mi espalda clavando sus uñas hasta el alma, hasta dejarme sin respiración. Lo había visto hacía un rato, agazapado en las escaleras conducentes a mi habitación. La tenue luz me dejó atisbar su figura unos instantes… supe que venía a por mí. Me había mirado con parsimonia, recreándose en su tributo.

Ya lo había visto en otras ocasiones, siempre había coincidido cuando algún familiar nos había abandonado. Pero jamás se había fijado en mí. Aunque supe que algún día lo haría.

Tumbado en mi lecho, rezo sin saber por qué, ni a qué. Nunca he creído en nada, pero en esta aciaga noche creo en todo lo inexplicable, en todos los dogmas que el miedo me empuja a abrazar como propios, aún a pesar de haber renegado de ellos durante toda mi vida.
¡Qué hipócritas somos cuando vemos el final! 

Cualquier cosa antes que aceptar el abismo del olvido, de desaparecer.

La puerta está cerrada, pero sé que ya está dentro. Lo siento cerca, rodeándome, olisqueando el terror que me impide siquiera tragar. Tengo el gaznate tan seco que noto los pliegues de la garganta arañando cada vez que trato de tragar para reunir fuerzas.

No me siento capaz de abrir los ojos porque sé que lo veré, aún en medio de la oscuridad. Sé que cuando lo haga ya no seré más, simplemente no estaré; así de sencillo. Sin embargo, no recuerdo ni un solo día sin ser. Siempre he sido y cada nuevo día me recuerdo siendo, estando.

¿A dónde iré? ¿Ya no seré?

Tan sencillo como eso y no lo logro comprender...

Me hallo como un indefenso niño apretando los ojos para no despertar en medio de una común pesadilla, solo que esta vez no despertaré aliviado pensando en lo que hubiese sido no ser más. 

Tantas noches he jugado a este juego de vida y muerte. Tantas he vuelto a despertar, que me he dormido confiado, sabiendo que mi camino no estaba hecho, que no me tocaría desaparecer a mí. Son otros los que no vuelven, son otros los que no son.

Esta vez es diferente. Me lo dice mi piel y los vellos que se erizan al sentir su cercano aliento. Me huele, sabe que no me podré resistir eternamente. Sabe que el gato murió por curioso y que el hombre solo mira su ombligo, que nadie me ayudará; estoy solo. Nadie podrá librar esta batalla a mi lado, ningún juez por todopoderoso que sea podrá indultarme de esta condena universal.

Espera paciente. Diría que le entretiene mi sufrimiento. Nunca le había imaginado sonreír, pero esta noche parece que algo le divierte.

Tengo miedo a mover un minúsculo ápice de piel por si trata de abalanzarse sobre mí. No quiero mirarlo, no puedo, sé que cuando lo haga no despertaré.

 Aguanta, resiste y se marchará, al igual que tantas otras veces.

 No seas idiota, nadie ha podido salvarse…  no eres especial. ¿Y si lo consigo? —pienso, como haría un pobre idiota desesperado.

Lo siento escalando por los pies de mi cama. Lo noto sobre mi cuerpo, secándome por dentro. No quiero morir, yo no. Soy demasiado importante, al menos para mí. Que será de mi todo: familia, amigos, posesiones, sueños y deseos. Se borrarán. Al igual que un cúmulo de arena en un día de ventisca. Cuando todo pase no habrá más que el recuerdo de la duna que hubo un día allí.
¿Es eso lo que soy? ¿Un efímero recuerdo…?

Me toca. Comprueba si respiro, si me muevo, o si ya estoy listo para el viaje. Mis ojos lloran por dentro, mi grito se ahoga y mi mente se nubla con tormentos que agitan mi respiración. Me sabe agónico y por eso me clava las garras en la piel. Duele.

Una última súplica antes de abrir los ojos: regresar a todos esos nimios problemas que estrangulaban mi felicidad, todos aquellos sinsabores que agriaban mi cotidiana existencia y la teñían de gris. Quiero todo aquello que me era invisible porque sabía que mañana estaría ahí de nuevo, pero lo ignoraba. Lo quiero… por favor.

Abro los ojos: oscuridad.

Los vuelvo a cerrar pletórico. No había nada, él no estaba. Le he vencido. Volveré a despertar, viviré tantas cosas, tantos momentos que siempre había dejado para para más adelante…

Ha estado cerca, tal vez sirvieron mis devotas súplicas fruto de la desesperación. Sea lo que fuese… vuelvo a existir de nuevo.

Confiado, me dispongo a abrir los ojos para levantarme y empezar tantas empresas retomadas tras la angustia. Entonces, desde la oscuridad del sueño infinito, el rostro más espeluznante que jamás hubiese podido imaginar, desciende sobre mí.

 Antes de sentir cómo el cadavérico miedo me lleva de este mundo, me doy cuenta que ya no siento, ya no soy.

 Después… oscuridad, silencio, nada.




Wednesday 26 October 2016

Relato: "Que no vengan niños" #historiasdemiedo Concurso Zendalibros



—¡PAPAAA! ¡PAPI! ¡VEN!

Me despierta el grito de mi hija en mitad de la noche. Ya hacía tiempo que no me llamaba. Se me habían olvidado sus miedos nocturnos.

—No te preocupes, cariño, ya voy yo. Seguro que es una pesadilla.

Me muevo con soltura en mitad de la conocida oscuridad de mi habitación. No necesito encender la luz para saber donde están colocadas las cosas. Abro la puerta y la penumbra del pasillo me recibe. Continúo andando hasta llegar a su habitación. La puerta está entreabierta. La empujo medio dormido y confiado en que no hay nada que temer. Veo su figura temblorosa en la esquina de su cama. Parece tener la carita cubierta con las manos. Le asusta la oscuridad, a mí también me ocurría; solo que ahora soy padre y ese miedo nocturno irracional se ha esfumado. Me he convertido en un valiente héroe, en un protector que la salvará de todos los peligros.

—¿Qué ocurre, mi vida? —Le pregunto apartándole las manos del rostro. Su carita, mojada por dos sendas húmedas, me observa.

—Tengo miedo.

—¿Otra pesadilla?

—No, papi, no es eso… Son ellos, los niños.

—¿Qué niños? —Pregunto algo descolocado, tal vez nos escuchó hablar a su madre y a mí sobre la absurda historia que habla acerca del asesinato de unos niños a manos de su padre en esta casa. Algo absurdo y que no nos impidió decidirnos por esta casa—, aquí no hay nadie. Solo estamos nosotros tres.

—Sí que hay. Están los niños. Yo los he visto, han venido a verme… Yo no quiero que vengan niños. Papi, por favor, diles que no vengan.

—No te preocupes. No hay nadie, solo estamos Tú, mami y yo. Deberías meterte en la cama. Hace mucho frío y te vas a constipar.

La abrazo y siento que está helada. Debe de haber estado bastante tiempo destapada. Esta enorme casona es muy fría. Sé que debo arreglar la calefacción, pero últimamente no he tenido tiempo, el trabajo...

—Cielo, la casa es un poco vieja, y hace ruidos, la madera del suelo y las vigas crujen por el frío. Al principio yo también pensaba que alguien los hacía, pero es solo el paso del tiempo que lo deteriora todo. No hay por qué preocuparse.

La beso en la frente, y veo que se ha quedado dormida entre mis brazos. Parece de porcelana, tan perfecta y frágil a la vez. Siento ganas de achucharla toda la noche, pero noto que el frío comienza a calarme el pijama. Si no vuelvo pronto a la cama, mañana seré yo el constipado.

—Que descanses mi vida. Mañana jugamos a lo que tú quieras. Le susurro una promesa que tantas veces he quebrantado por culpa del trabajo.

Vuelvo al confort de mi habitación. La luz pequeña está encendida, pero nuestra cama está vacía.

—¿Mara? —Llamo a mi mujer. Escucho movimiento en el baño. La veo salir y le sonrío como tantas veces porque voy a ser el primero en meterme en la cama. Un juego infantil incomprensible para cualquiera, pero que nos divierte. Me arropo y la espero, como si estar en la cama unos segundos más que ella, me fuese a reportar mayor descanso.

Escucho el ruido de las sábanas al frotar con su cuerpo, inconfundible. Me encanta volver a quedarme dormido mientras me abraza por detrás. Sus pies helados buscan el calor de mi cuerpo, me resisto un poco y apaga la luz.

—¿Con quién hablabas, Mario?

—Con la peque, no podía dormir. Vuelven las pesadillas.

—Mario, ¿de qué hablas? Nosotros no tenemos hijos.

—¡Cómo! —Exclamo y abro los ojos de par en par.

Los recuerdos comienzan a agolparse en mi cabeza como una sucesión infinita de terribles fotogramas: el accidente, el funeral, la inconmensurable pena solo mitigada con el alcohol, las sesiones con el psicólogo…

Siento cómo el miedo escala por mi espalda hasta llegar al cerebro como un pánico que me agarrota, me paraliza. Como puedo, alargo una temblorosa mano hasta la luz de la mesita de noche. La enciendo. Al girarme, siento cómo el corazón se desboca y después se detiene: no hay nadie a mi lado.

Me levanto y corro hasta la habitación de mi hija. No estoy loco, no.

Enciendo la luz y la busco. Está vacía, como desde hace dos años...

Me estremezco al sentir una presencia detrás de mí. 
La luz se apaga y descubro unas inquietantes figuritas que se acercan por el pasillo, vienen hacia mí. Inmóvil, no puedo hacer nada, ni siquiera puedo gritar. El miedo se apodera de mí. 
Mientras las contemplo, paralizado de puro terror, escucho una vocecita que me susurra en el oído:


Por favor, papá, que no vengan los niños.
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