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Cuando me desperté estaba
sudando. Debí gritar muy fuerte porque mis padres entraron atropelladamente en
mi habitación, cegándome con la luz.
—Hijo, ¿te encuentras bien?
—preguntó mi madre con rostro preocupado.
Me acercó el vaso de agua que
descansaba sobre la mesita de noche.
—Tanto estudio no debe ser bueno
Marc. Deberías salir más y divertirte. Un chico joven como tú debería
despejarse. —me riñó mi madre
acariciando mi frente. No importaba lo mayor que fuese ya, pero mi madre
siempre actuaba conmigo como si tuviese siete años.
—No te preocupes mamá, sólo fue
una horrible pesadilla. Y ahora si no os importa, me gustaría seguir durmiendo.
Por favor, dejadme descansar. Hace poco que me he acostado. —les supliqué para
calmarlos.
En cuanto mis padres cerraron la
puerta de mi habitación, corrí sigilosamente hasta la ventana a observar su
casa. Todo parecía normal, todas las ventanas estaban cerradas y el sol
coloreaba el horizonte indicando que empezaba a amanecer. Ella estaría dormida
y todo aquello no habría sido más que una terrible pesadilla mientras estaba
estudiando. Ahora dudaba si siquiera fui capaz de acercarme a llamar a su
puerta. Volví a acostarme, pero no podía conciliar el sueño. A mi cabeza no
cesaban de sobrevenir escenas de lo que había soñado o vivido esa noche. No
sabía qué pensar, pero todo había sido tan real, tan vívido que… De todas
formas, las pesadillas más espeluznantes siempre resultaban ser las más
realistas. Me rodeé y me quedé dormido.
Cuando me levanté eran ya cerca
de las tres de la tarde. El sol apenas si me dejaba ver dentro de mi habitación
inundándolo todo con su potente luz. Ni la mayor claridad del mundo me había
impedido dormir a pierna suelta. Me sorprendí de lo muchísimo que había
dormido.
Estaba solo en la casa. Mis padres no volvían
hasta las cinco de la tarde o más. La verdad no comprendía cómo eran capaces de
ir a trabajar después de salir la noche anterior. Todavía no sabía qué pensar
sobre lo que había pasado la noche anterior. Fui a la cocina a comer algo
porque estaba famélico. Sentía que podría devorar cualquier cosa que me
encontrase en la cocina. Esperaba que mi madre me hubiese dejado algo de
almuerzo.
Pasé la mayor parte de la
sobremesa estudiando, traté de no darle más vueltas al asunto. Seguramente me
quedaría dormido mientras estudiaba y mi subconsciente me jugó una mala pasada.
A eso de las seis llegaron mis
padres a casa. Así que fueron la escusa perfecta para que cerrara los libros.
Encendí rápidamente la tele del cuarto para no escuchar a mamá volviendo a
protestar que no debía estudiar tanto. En realidad era una madre un poco
atípica, otra en su lugar habría corrido a mis brazos y me hubiese comido a
besos de encontrarme devorando los libros de la universidad.
— ¡Hola hijo! —exclamó mamá feliz
al verme que sabía hacer otras cosas a parte de estudiar—. Espero que te hayas
recuperado de la noche de ayer y tanto estudio. Me alegra saber que sigues mi
consejo y vas a salir a divertirte. Tu amiga me ha dicho que vais a salir esta
noche, dijo que a las diez se pasaría por aquí a recogerte. Parece una chica
muy educada y bastante guapa, ¿verdad Tony? —preguntó a papá tratando de
meterlo en nuestra conversación, y así convencerme entre los dos a salir con la
hija de los Forbs. Otra cerebrito que estudiaba conmigo, a la que hacía un
siglo que no veía, al estudiar ella en el turno de la tarde. Era muy rica, pero
yo estaba interesado en Sasha.
—Mamá cuántas veces he de
repetirte que Anne no me gusta. No es mi tipo… No me importa cuántos contactos
tenga su padre, o cuánto chicos querrían estar en mi pellejo. —Protesté—, además siempre me cuesta bastante
sacarle una frase de más de tres palabras a esa chica. Es demasiado tímida…
—A ver cariño, creo que te estás
confundiendo. No te estoy hablando de Helen. Es de esa chica rubia tan mona,
¡nuestra vecina! —Anunció mi madre—. Aunque entre nosotros, creo que es un
pelín más mayor que tú. Ahora mismo casi no se nota la diferencia, pero a la
larga…
Me quedé petrificado. Entonces, todas las
imágenes que había tratado de borrar de mi mente se agolparon una de tras de
otra como en una presentación de Power Point a toda velocidad, bloqueando mi cerebro durante unos instantes.
Noté que la sangre abandonaba mis mejillas para bajarse hasta los talones, me
quedé totalmente helado. Inconscientemente llevé mi mano a la cabeza.
Rápidamente localicé un enorme bulto en la parte trasera de mi cráneo. <
¿Por qué no lo había hecho hasta ahora?> —pensé. Entonces… todo lo que había
vivido anoche era cierto…
— ¡Hijo! ¿Qué te ocurre? Estás
pálido como la pared. —Preguntó mamá
posando la palma de su mano sobre mi frente de nuevo—, ¿estás enfermo? Creo que
tienes fiebre. Ahora mismo llamo a esa joven y le digo que te encuentras
indispuesto, ya quedaréis otro día. —sentenció, ejerciendo de su afición
favorita como metomentodo.
Me acompañó hasta mi cama y me
advirtió que me traería en pocos minutos un enorme vaso de leche caliente.
Sabía bien que la odiaba. Seguramente la acompañaría con un enorme paquete de
galletas, y ese jarabe que sabía a cualquier cosa menos a nada comestible. Al
cabo de unos minutos volvió mi improvisada enfermera tras el traqueteo de una
bandeja.
—Tómate también esta pastilla que
te sentará muy bien —dijo sin dejarme protestar, e hizo que me la tragara
ayudado por el primer sorbo de leche caliente—. ¡No pongas esa cara de asco!
Muy bien, ahora a dormir. Descansa y mañana ya tendrás tiempo de ver a quien
quieras.
Mi cabeza daba vueltas y más
vueltas a lo que había vivido. Una parte de mí, la racional, me decía que era
imposible que mi experiencia de la noche anterior fuese real. Pero las heridas
de mi cuerpo me indicaban lo contrario. ¿Y si… me había golpeado bajando hasta
el cuadro eléctrico y había imaginado toda esa fantasía con la vecina? Existía
una pelea interna en mi cerebro entre racionalistas y empiristas; Descartes y
Hume luchaban a ver quién se llevaba el gato al agua. Este debate filosófico
pudo conmigo. Realmente esos dos hubiesen acabado con cualquiera. Pronto me
quedé dormido.
No sé bien cuánto tiempo llevaba
durmiendo. Parecía haber descansado bastante porque tardé en reaccionar al
escuchar un ruidito constante en el cristal de la ventana. Encendí la luz y me
dirigí hasta el cristal. Cuando descorrí los visillos que la cubrían, fuera
sólo había oscuridad. Entreabrí la ventana para comprobar que el ruido provenía
realmente de fuera y asegurarme de no estar sufriendo algún tipo de paranoia
post-traumática.
— ¡Buenas noches Marc! —Habló una
susurrante voz desde el tejado del garaje— ¿creías que me marcharía y no
vendría a contarte más cosas sobre mí?
No podía creerlo, era ella:
¡Sasha! Tenía tantas cosas que preguntarle, tantas dudas me asaltaban, que su
invitación para hablar era irrechazable.
Al recapacitar un segundo me
percaté de que no sabía si pedir auxilio, abalanzarme sobre ella y darle un
beso, o cerrar la ventana y salir corriendo por la puerta trasera. Pero
finalmente hice lo que menos esperaba que haría: acompañarla.
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