La
mayoría de los niños y jóvenes humanos crecían rodeados de miseria y con la
clara idea de que al cumplir los 18 años iban a morir, de una u otra forma, con
mayor o menor sufrimiento, pero no podían esperar casi nada de la vida, solo se
molestaban en sobrevivir, no servía de nada revelarse, luchar o intentar
cualquier cosa que no fuese: obedecer. Las nuevas generaciones apenas si sabían
leer o escribir, tan solo unos cientos de privilegiados, súbditos que eran
instruidos para poder utilizar las maquinarias e instalaciones de los vampiros,
podían recibir alguna instrucción que les alejase del analfabetismo o la
incomprensión del mundo que les rodeaba. En poco tiempo, el ser humano se
estaba deshumanizando, sin duda, cada vez nos asemejábamos a los animales que
criábamos en el pasado para alimentarnos. Embrutecidos y egoístas, nadie miraba
por los demás, solo por sobrevivir el mayor tiempo posible, una especie de
frenética cuenta atrás en la que debías cuidar muy bien tus espaldas o lo
pagabas con tu sangre.
Los
vampiros disfrutaban comprobando lo débiles que éramos sin nuestra sociedad y
la maraña de relaciones personales y profesionales que todos habíamos ido
tejiendo a lo largo de décadas y décadas de despreocupada existencia. Sin un
lugar en la jerarquía social de los vampiros que reclamar, los humanos habían
perdido cualquier inquietud o ansia por salir de esa situación; solo eran
borregos dispuestos en fila para ir al matadero. Todavía había pasado poco
tiempo, pero muchos comenzaban a olvidar qué habíamos sido en el pasado, que
existió otra realidad que lo que nos mostraban cada día. La mayoría de los
ancianos desaparecieron los primeros años, no eran útiles, por lo tanto se
deshicieron de ellos. No obstante, existía un pequeño grupo de humanos que
llegaban a una edad avanzada, aquellos que eran sujeto de estudio en laboratorios
para averiguar cómo poder incrementar la resistencia del hombre ante la
voracidad de los vampiros, pero lo normal era que cualquier ser humano hubiese
desaparecido de una u otra forma.
Mara,
en cambio, siempre había disfrutado de una vida tranquila y libre, pensando que
jamás tendría que preocuparse por ser sacrificada, desangrada, violada o
preñada hasta su muerte. Para ella fue duro, muy duro, tal vez era quien peor
lo había pasado en los últimos años que había permanecido en aquella odiosa
isla de sufrimiento y muerte, alejada de los suyos.
En
Isla Muerte todos la miraban con una mezcla de pena, envidia, admiración e
incluso odio. Al principio, huía de todos y no quería relacionarse con nadie,
encerrada en su agónica existencia, que en definitiva, no difería demasiado de
la de los demás. Había tenido que soportar todo tipo de desplantes, episodios
graves de violencia en el módulo A2577;
donde la habían confinado a su llegada. No cabía duda que Mara era especial, no
por su exótica belleza, que la tenía, no por su estatura o fortaleza, que eran
evidentes, si no por ser simplemente quién era: hija de dos admirados héroes
del FESTUM. Incluso algunos vampiros la admiraban, en silencio, les sobrecogía
la manera en que sacaba fuerza de donde no las había para continuar cuando las
vejaciones y el maltrato rozaban lo insoportable. Algunos vampiros pensaron que
hacerla participar en el FESTUM era un despropósito, malgastar una materia
prima de tan incalculable valor, deberían haberla subastado al mejor postor,
desde luego candidatos y admiradores no le faltaban. Algunos vampiros
influyentes, conocedores de su existencia, fantaseaban con convertirla en
vampiro, aunque fuese de manera ilegal... Cada día, el número de vampiros que
la deseaban en secreto aumentaba, sobre todo al saber que jamás podrían
tenerla: Gornav ya le había preparado un destino bien distinto, participaría en
ese juego que tanto le divertía.
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