Normalmente
escogían a los machos más fuertes y sanos, las hembras más saludables y
vigorosas y los emparejaban sin descanso hasta que perecían. Para llevar a cabo
esta selección se les exponía a un durísimo entrenamiento durante años, de
manera que se pudiesen escoger a los mejores sementales y las criadoras más
óptimas. Los vampiros habían desarrollado incubadoras y personal especializado
con el que eran capaces de seguir desarrollando los bebés tras el cuarto mes de
gestación. Una vez la madre había dado a luz, por así decirlo, era nuevamente
preñada por otro semental, así sucesivamente durante años, sin descanso. De
esta manera cada criadora podía dar a luz de dos a tres veces al año, la
mayoría de las veces partos múltiples: dos, tres o cuatro niños. Lo máximo que
las mujeres aguantaban como criadoras era siete u ocho años, con suerte, los
hombres aguantaban un par de años más, pero a los 28 años eran sustituidos y
enviados a las ciudades para satisfacer los más bajos deseos y fantasías de los
vampiros de todo el mundo, o acababan devorados por el vampiro de turno que lo
ganase en una subasta.
En
esa tesitura se encontraba Mara, a sus 17 años, pronto decidirían si se
dedicaba a ser criadora, moriría desangrada en una de esas demoníacas
“ordeñadoras”, o tal vez fuese descuartizada y devorada en alguna de esas
ciudades de perdición controladas por los vampiros y que ahora infestaban el
planeta por doquier.
Ella
se sentía y sabía que era diferente, había crecido lejos de ese hediondo lugar
donde los masacraban. Ella había conocido la felicidad al lado de sus padres
que habían tenido el tiempo y las fuerzas necesarias para poder criarla de
manera adecuada, habían vivido una vida “normal” por así decirlo. Tenía arraigo
por su familia, al contrario que los demás bebés humanos que eran criados en
guarderías y colegios hasta la edad madura sin llegar a conocer a su madre o a
su padre… ahí empezaba la deshumanización del ser humano, destruyendo todos los
vínculos familiares que derivasen en otras uniones sociales o de protesta
contra el sistema impuesto por los vampiros. Las nuevas generaciones no sabían
lo que era un padre, una madre o unos hermanos, solo eran seres que se dejaban
guiar y manipular por miedo a reprimendas de sus señores. Los vampiros ejercían
un control mental absoluto sobre los vacíos intelectos humanos, obligándoles
incluso a cosas inimaginables, que llevaban a cabo sin rechistar.
Mara,
al contrario que el resto de humanos que la rodeaban, había crecido en un
paraíso natural de paz, a salvo de todo lo que ahora se le había venido encima.
Por suerte, sus padres, antiguos supervivientes del FESTUM, que se habían
enamorado y conocido en Isla Menor, la habían entrenado a luchar desde pequeña
y le habían enseñado a esconderse, trucos para sobrevivir en mitad de la jungla
y a valerse por sí sola desde sus primeros años de vida.
Los
crueles vampiros alentaban a los desdichados humanos con una única salida, una
esperanza en esa condena a muerte que eran sus malvividas existencias: “El
FESTUM”, o La Noche de la Libertad, como la conocían los más antiguos. El
acontecimiento era televisado por y para los vampiros que veían absortos e
hipnotizados como los indefensos humanos caían uno tras otro bajo el grupo de
vampiros-cazadores: “los segadores”. Recibían ese nombre puesto que se
encargaban de cortar las malas hierbas que esa noche habían crecido en el
bosque, una desafortunada metáfora para denominar el macabro juego que se
desarrollaba en Isla Muerte, como la bautizaron los primeros humanos que
sirvieron a los vampiros. Los hombres sabían que entrar allí, era no salir
jamás de ese círculo denigrante y viciado de exterminio y aniquilación. Isla
Muerte distribuía el alimento al resto del mundo, los humanos sabían poco qué
había sido después de que los vampiros dominasen el mundo, qué había sido de
las grandes urbes mundiales; lo cierto era que en aquella isla se había
concentrado todo el alimento, evitando de esta manera la codicia y agonía por
poseer los valiosos cuerpos que portaban el líquido vital para la existencia de
los vampiros. Así se evitaba que los
pocos ejemplares que conservaban, fuesen malgastados, haciendo que su número diezmase
hasta cantidades ínfimas que provocaría la psicosis global por obtener sangre
fresca.
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