No voy a adelantaros mucho, pero pronto un notición acerca de HECHIZO DE SANGRE y la SAGA ENEMIGOS OSCUROS...
Una pista... Tiene que ver con una editorial...
Thursday, 29 May 2014
Sunday, 11 May 2014
Capítulo 2 de Hechizo de Sangre
2
Debió transcurrir más de una hora
desde que me durmiese, el alba se aproximaba. Algo que se movía en la oscuridad
de la cripta me despertó. Había alguien o algo más en aquel tenebroso lugar,
conmigo, y se aproximaba con el sigilo y la cautela de una víbora acechando a su
inocente presa.
< ¿Sería ese tipo ponzoñoso que venía de
nuevo a por mí?> —Me pregunté angustiado.
No podía creer lo que me estaba
pasando.
<Si hiciera caso a mi padre y me centrase
en los estudios en vez de seguir a las
chicas… me ahorraría todos esos quebraderos de cabeza, y nunca mejor dicho >
—pensé.
Tenía que hacer algo rápido para
salvarme. No podía gritar o alertaría a todos. No podía pedir auxilio puesto
que no tenía el móvil. Ni siquiera tenía nada con qué defenderme, salvo aquella
ridícula linternita. Aquella cosa estaba justo encima de mí, no había tiempo. Decidí
encender la linterna como única defensa. Jamás pensé que moriría de esa forma,
es más, jamás había pensado hasta ahora en que moriría… Si acaso, en alguna
somnolencia de la sobremesa en el sofá, había pensado en cierta ocasión que
fallecería de viejo en una esquina de un asilo, rodeado de recuerdos y las fotos
de mis familiares y seres queridos.
Pero eso que me acechaba estaba
ya demasiado cerca para evitarlo.
< ¿Debía resignarme a morir?> —me dije—
< ¿Era ese mi ridículo fin?>. Cuando
creí que ya estaba todo perdido, reconocí su aterciopelada voz aliviado. Era
ella… Sasha.
Un intenso olor a cera quemada
inundó mi olfato. Aliviado por el breve descanso al no tener que oler más esa
nauseabunda pestilencia que nos rodeaba, inhalé el penetrante olor a cera
quemada con desesperación. Seguidamente, noté cómo sus manos acariciaban mi
sucio rostro. Sentí una eléctrica sensación que me recorrió todo el cuerpo,
lástima que la cabeza casi me estalló cuando la sacudida de los nervios pasó
por mi cabeza. Me atreví entonces a abrir los ojos. La cegadora luz de la vela tan
próxima a mi rostro, me hizo retroceder un poco. No podía ver con semejante claridad ya que mis
ojos se habían acostumbrado durante la última hora a estar rodeados de un
abismo de oscuridad. Una vez mi visión se adecuó a la luz, pude observar con
mayor detalle la cripta dónde me encontraba. Decididamente era un lugar
espeluznantemente aterrador. Uno de esos lugares que ves en una película de
terror y en el que nunca te imaginas que podrás estar realmente. Sasha se sentó
en el suelo, a mi lado, y empezó a conversar como si aquel lugar fuese el lugar
más indicado para una primera cita y nos hubiésemos encontrado en un bar de
copas en vez de estar rodeados de féretros.
—Veo que te has despertado. —Observó
mirándome la cabeza—, siento mucho lo del golpe. Radgüll sólo pretendía
protegerme. Por la apariencia y la cantidad de sangre parece que has tenido una
gran hemorragia, pero ahora no corres peligro.
Parecía una experta en heridas
sangrantes. Sentí la tentación de replicarle que yo era el proyecto de médico
de los dos, pero al contemplar aquellos ojos azules como el cielo de la mañana
después de una buena tormenta; tan llenos de vida, no pude rebatirle. Permanecí
ensimismado, contemplándola como quien observa la última visión de su
existencia.
Sacó algo del bolsillo. Un frasco
pequeño de dudosa procedencia apareció ante mí. No tenía etiquetas ni ningún
símbolo identificativo.
—Si tomas este brebaje, te curarás
del todo, es un revitalizante. —Dijo mientras me acercaba un frasquito de
cristal verdoso oscuro— con esta medicina recuperarás toda la sangre perdida en
pocos minutos.
Asentí con la cabeza, incapaz de
pronunciar palabra alguna. No sabía por qué pero confiaba total y ciegamente en
ella. Ni se me pasó por la cabeza que tal vez aquello pudiera ser un veneno
para acabar con mi vida de forma rápida y limpia.
—Supongo que te preguntarás qué significa
toda esta situación, las preguntas se agolparan en tu mente. No te preocupes,
pronto lo sabrás… estoy dispuesta a contártelo todo.
—No te preocupes, no hay nada que
explicar —mentí— solo desearía marcharme, tal vez debería ir a un hospital…
Empecé a notar una levísima
mejoría, e intenté incorporarme todo lo rápido que pude. Al verme, me ayudó de
inmediato.
— ¿Desde cuándo te gusto? —Preguntó
sin más rodeos—. Supongo que después de esta extraña situación, ya no te gustaré
tanto —dijo envolviéndome con su mirada. Realmente era una ilusa si pensaba que
a pesar de esa situación tan desconcertante mis sentimientos hacia ella había
cambiado un ápice.
—No creas que vas a dejar de
gustarme porque tu amigo sea un bestia y le guste zurrar —bromeé, notando que
mi rostro volvía a los tonos magenta de nuevo.
—Háblame de ti, cuéntame qué tal
es tu vida, —preguntó con el interés repentino de quien quiere ser amigo de
alguien por alguna necesidad. Se acercó hasta un féretro y tomó asiento sobre tan
siniestro asiento.
—Hay poco que contar —expliqué—
mis padres tienen un negocio inmobiliario en el centro. Yo dedico mi tiempo a
estudiar y asistir a la universidad de medicina. Mi nombre es Marc, aunque creo
que ya lo sabes. El resto de nuestra familia vive en Italia. Mis padres son descendientes
de italianos, pero yo soy americano.
— ¡Italia! Adoro Italia —exclamó
Sasha— me encanta ese país y sus gentes tan vitales y alegres.
—Hablas como si hubieses estado
allí varias veces —dije sorprendido ante la idea de que algo más nos unía.
—Estuve allí, hace más de veinte
años pero… —Se detuvo de repente— quiero decir hace bastante tiempo, no en
sentido literal. Parece que fui allí hace más de veinte años. Supongo que habrá
cambiado muchísimo…—se corrigió mientras jugueteaba con sus cabellos, cualquier
cosa para distraerme—. Lo que más me gustó fue Venecia, tan bellísima de día,
pero tan misteriosa y sensual por la noche.
—Yo nunca he estado allí. Mis
padres no han vuelto a visitar a su familia, al menos desde que nací yo.
Siempre son ellos los que quieren venir a visitarnos. Ya sabes, esta ciudad
está tan cerca de Nueva York que siempre hay algún primo que viene a visitarnos
con esa excusa, así obtienen alojamiento gratuito para poder visitar la gran
manzana. Ese es el motivo por el que mis padres no han necesitado ir hasta el
país de mis abuelos para volver a ver a la familia. Además el viaje resulta muy
costoso. Por unas cosas y otras al final el tiempo ha ido pasando y no he ido
nunca. Pero quiero ir a perfeccionar mi italiano, y a conocer mis raíces… ¿Por
qué no me hablas ahora un poco de ti? —le pregunté, tratando de averiguar más
sobre sus gustos y aficiones. Todavía pensaba en una futura cita, olvidando la
situación en la que me encontraba.
—No seas impaciente. Si de veras
quieres saber algo de mí, podrás esperar a mañana… —dijo misteriosamente—
supongo que estarás cansado, deberías volver a tumbarte —sugirió mientras me
ayudaba a recostarme sobre sus piernas.
Como si por algún hechizo mágico
se hubiese tratado, tras escuchar sus palabras noté una enorme paz interior. Todos
los músculos de mi cuerpo se fueron relajando hasta que mi mente dejó poco a
poco de agitarse. Placenteramente me sumí en un agradable sueño. En los últimos
instantes en que el sopor se apoderó de mí, sólo pude ver sus preciosos ojos
mirándome fijamente. Al lado, el milagroso frasquito del reconstituyente. Y mi
último pensamiento llegó para martirizarme: ¿y si en vez de medicina… el frasco
contuviese veneno?
Saturday, 10 May 2014
Primer Capítulo (Parte 2) de Hechizo de Sangre.
Os dejo el final del primer capítulo...
Conforme nos adentrábamos en el
bosque la humedad de la tierra junto con el humus descomponiéndose del suelo
provocaba que una espesa neblina se elevara casi a la altura de nuestras
cinturas; dando la impresión que nuestros cuerpos tullidos flotaban en el aire.
Esta fantasmagórica escena no invitaba a entrar en aquel intrigante lugar. La
niebla no facilitaba la tarea al seguirla pues ya sólo veía un tenue reflejo de
su figura en la distancia. Cuando casi había tirado la toalla, y pensé en
volver a Sayville, reconocí hacia dónde se dirigía.
Siguiendo ese sendero en mitad de
la noche, el único lugar al que podía dirigirse era el cementerio de Saint Anne’s.
Un poco más tranquilo por saber hacia dónde se
dirigía, alcancé a ver después de un par de kilómetros de caminata, el viejo,
pero majestuoso y terrorífico lugar. Me asombré de mí mismo. No pensaba que
fuese un cagueta, pero no que estuviese tan tranquilo sin sentir al menos algo
de repelús al acercarme a ese lugar. Estaba seguro de que mantenía el tipo porque
la estaba siguiendo a ella. Mientras a ella no le sucediese nada, yo
permanecería tranquilo.
El antiquísimo cementerio
construido varios siglos atrás por los primeros colonos que se establecieron en
Sayville provenientes de Europa estaba rodeado de impresionantes cipreses
centenarios. Esas columnas verdes se erigían como guardianes oscuros de la vida
eterna, tratando de advertir a todo aquel que no se hubiese despojado de su
envoltura carnal que no era bien recibido en aquel lugar.
Al viejo cementerio venían gentes
de todo el estado de Nueva York e incluso del resto del país. Las gentes decían
que era un lugar santo. Según contaban los fieles, allí se había aparecido un
espíritu a los primeros colonos tras su llegada. También decían que albergaba
una gran energía espiritual o eso había publicado no se qué médium hacía unas
cuantas décadas. Por supuesto la voz se corrió y todos querían enterrar aquí a
sus difuntos.
Me fue difícil localizarla en
medio de tantos panteones y tumbas. Pero al fin la localicé arrodillada frente
a un enorme mausoleo de mármol. Parecía como si tratase de abrir una pequeña
puerta. Su delicada figura y la fragilidad de su rostro contrastaban con lo
tosco del lugar que la rodeaba. Parecía una diosa descendida al mismo infierno.
De repente sentí que algo me
golpeaba en la cabeza y todo se volvía oscuro, negro, sentí como mi cuerpo
dejaba de responderme y se desplomaba al suelo. No sentí dolor al desplomarme,
sentí que no podría protegerla. Después no sentí nada…
No sé cuánto tiempo estuve
inconsciente. Lo cierto es que unas voces en la distancia me rescataron de mi
estado de semiinconsciencia. Me dispuse a abrir los ojos pero no me atreví por
miedo a recibir otro golpe si llegaban a descubrir que estaba consciente. Sabía
que aquel golpe no había sido fortuito. Alguien me había golpeado como si
hubiese querido quitarme de en medio, tal vez no deseaban que la siguiese.
Pero… < ¿Por qué?> me pregunté tirado en el suelo.
Las ideas se amontonaban en mi
cerebro. Se atropellaban a cada instante simulando cientos de posibilidades
acerca del porqué había sido golpeado. Me dolía la cabeza de una manera
insoportable, sobre todo por encima de la nuca. Noté el cuello algo húmedo,
seguramente sería algo de sangre. Aun así, no me alarmé. Debía permanecer
inmóvil, pese al deseo primigenio de llevarme las manos a la nuca para
comprobar si no me estaría desangrando. Pero algo dentro de mí me ordenó que no
moviese un solo músculo del cuerpo si quería escapar de allí. No sabía si Sasha
se encontraba bien o ella también habría sido atacada.
Poco a poco empecé a recobrar el resto de los
sentidos. Quizás fue el olfato el que no dejaba trabajar metódicamente al
resto. Había un repugnante olor en aquel lugar, tan insoportable que no me
dejaba pensar. Era obvio que no me encontraba en un recinto al aire libre,
notaba una nauseabunda humedad a lugar cerrado que nada tenía que ver con el
delicioso olor a tierra mojada de unos momentos antes. El aire putrefacto que
llenaba mis pulmones los colapsaba lentamente. El aire bajaba y subía por mi
aparato respiratorio acariciando asquerosamente la boca del estómago,
invitándole a expulsar su escaso contenido en más de una ocasión. Traté de
contener las náuseas que me provocaba el ambiente que se respiraba en el lugar
con todas mis ganas. Aquella pestilencia era insoportable. Fijé mi atención en
las acaloradas voces que discutían a poca distancia de mi cuerpo, aparentemente
inerte sobre el suelo por temor a represalias.
— ¡Sasha me da igual lo que
digas! te ha visto llegar hasta aquí, te ha seguido. Hay que hacer algo con él.
Encontró nuestro escondite. Este que tanto tiempo nos ha costado encontrar y en
el que estamos a salvo. Ya nos advirtieron cuando vinimos a Sayville que
deberíamos tomar todas las precauciones, este es su territorio. No sólo estamos
en peligro nosotros, sino el plan para establecernos en este lugar estratégico.
—Amenazó una voz ronca y viril en tono enfurecido—, imagínate qué pasaría si se
enterasen los demás… No puede salir con vida de aquí.
— ¡No Radgüll! ¡No lo matarás!
—Negó ella taxativamente—. Le conozco, es mi vecino y es un buen chico. Su
familia no soportaría la pérdida. Es hijo único... sólo me siguió porque estaba
preocupado por mí. El muy insensato se encaprichó de mí desde el primer día que
nos vimos. Esta noche por fin se atrevió a romper el hielo y seguramente me
escuchó salir de casa tan tarde y se preocupó, nada más. No intentes ver otra
cosa. —trató de defenderme en tono enérgico y alterado—. Podemos devolverlo al
cementerio, creerá que se golpeó con algo y cuando vuelva en sí regresará a
casa por sí solo. Ya me inventaré yo una excusa para mi excursión nocturna.
¡Fin del asunto!
Al oír sus palabras sentí que la
sangre de todo mi cuerpo se agolpaba en un lugar concreto: mis mejillas. <
¿Cómo había sido tan torpe y había dejado que se diera cuenta que estaba tan
colado por ella? ¡Qué vergüenza!> —pensé avergonzado.
Quise que en ese momento me
tragase la tierra, pero más tarde descubrí que en realidad ya lo había hecho:
me encontraba varios metros bajo tierra, bajo un mausoleo.
—Además… ¿Por qué le golpeaste de
esa manera tan brutal? Ya te he dicho que sabía que me estaba siguiendo. ¿Acaso
crees que no podría oír sus ruidosas zancadas en mitad del silencio de la
noche? —repuso ella—. No se te ocurrió pensar por un solo instante que tal vez
querría ser su amiga, en vez de matarle.
Tan solo estaba buscando una excusa para quitármelo de encima. Una visita a un
familiar fallecido o algo por el estilo. Tú lo has fastidiado todo… Como
siempre.
—Sasha sabes que eso no es
posible. Nos delataría tarde o temprano. Acuérdate de lo que pasó en Boston. ¡O
con nosotros, o en contra! No pienso jugarme el pellejo por un simple mortal.
—sentenció el tal Radgüll, empezando a impacientarse. Parecía que quería acabar
con aquella situación de manera rápida.
— ¡Vayamos a preguntarle a los
otros! De todas formas tenemos que ir a verlos, para eso habíamos venido.
—concluyó Sasha empujándole con nerviosismo fuera de la estancia antes de que
otra tercera persona pudiese siquiera asomarse al lugar donde me hallaba.
Escuché con atención cómo se
marchaban. Me sobresaltó el enorme estruendo del portón metálico al cerrar.
Solo entonces abrí los ojos a la impenetrable oscuridad del lugar.
Todo estaba muy oscuro. Mis
órganos visuales tardaron en adaptarse a la opaca negrura que me acechaba. No
se veía absolutamente nada. Estaba tan oscuro que ni la más liviana claridad
podía acceder al lugar donde me habían encerrado. Pensé que tenía que marcharme
de ahí como fuese…
Recordé que en mi cazadora tenía
la linterna que usé en casa cuando se fue la luz por la tormenta eléctrica.
Rebusqué en todos y cada uno de los seis bolsillos de la cazadora hasta que en
el último encontré la linterna. Cuando la encendí, tirado como estaba por el
suelo, la perspectiva del lugar casi me hizo desmayarme de nuevo.
< ¡Estaba dentro de un
mausoleo!> —grité para mis adentros.
Aquello era más bien una enorme
cripta rodeada de una especie de sarcófagos de mármol plomizo y pesado, donde
suponía estarían enterrados los difuntos. Las flores y el agua se descomponían
dentro de sus recipientes, así como los cadáveres. Todos esos elementos
necrófilos provocaban ese olor acre que me asqueaba a cada nueva bocanada de
aire.
Noté cómo tenía la camiseta
empapada de sudor debajo del jersey. Supuse que había sudado mucho por el
sofocante calor que hacía debajo de tierra, más aun tras la lluvia. La tierra
se habría recalentado debido a un efecto compost de los materiales en
descomposición. Iluminé mi camiseta tras despojarme del jersey gris. Descubrí
que estaba empapada de sangre. Volví a marearme por la impresión al ver mi
propia sangre rodeándome. No solía marearme al ver la sustancia rojiza y
viscosa cuando realizaba prácticas en la facultad, pero era diferente
permanecer impasible ante esa cantidad de mi propia sangre vertida sobre la
ropa.
Sopesé el tremendo golpe en la
cabeza que debía haber recibido para haberme hecho perder tal cantidad de
sangre, y quizás, aun no había parado. Quizás me estaba desangrando…
Exangüe, toqué la zona del hueso
occipital y comprobé que tenía una enorme brecha. Casi sentí la fosa occipital
cerebelosa al introducir la yema de un dedo. Lo retiré inmediatamente ante el
doloroso roce con el hueso. Por fortuna ya no sangraba. La sangre empezaba a coagularse,
impidiendo que más sangre abandonase mi cuerpo. Terriblemente agotado,
exhausto, casi desvanecido por el golpe y la pérdida de líquido vital, sin
fuerzas siquiera para pensar, comencé a recapacitar sobre las posibilidades
reales de escapar de ese lugar. Ni siquiera me paré a pensar en la conversación
de la que había sido testigo. Mi cerebro estaba trabajando en qué manera podría
ponerme a salvo. Ya analizaría aquella conversación más tarde… si tenía
posibilidad de hacerlo…
Imaginé, seguramente para tranquilizarme
y no perder la cordura, que Sasha y sus amigos eran terroristas o pertenecían a
una sociedad o religión secreta, y que esta era su guarida. Yo la había
descubierto poniendo en peligro la naturaleza secreta de la organización. Pero
ella no había querido infringirme ningún daño. En cambio, el sádico de su amigo
casi acaba conmigo al golpearme y no parecía haber cesado en su empeño. Quería
verme muerto. Si descubrían que les había escuchado, y me sorprendían
intentando huir, ese tipo acabaría matándome.
Volví a recordar uno de los
refranes de mi abuela siempre presente desde que se había marchado, < Hay
amores que matan>.
Mirándome todo ensangrentado, mis
sentimientos por Sasha ejemplificaban ese dicho popular. Mi amor por ella,
había puesto en peligro mi vida.
Todavía no sabía en qué manera…
Pensé en cómo salir de esa
situación, en la cara que pondrían mis padres cuando me viesen aparecer así por
casa, y en qué excusa les pondría. Seguramente me inventaría alguna sobre un
accidente de coche. Les contaría que el conductor que me atropelló se había
dado a la fuga para darle más dramatismo. Pensando esto, sin querer, me fui
quedando dormido.
Friday, 9 May 2014
Primer Capítulo (parte 1) de Hechizo de Sangre (Enemigos Oscuros 1)
Hechizo de Sangre
Capítulo 1
(parte 1)
Todos los acontecimientos en los
que se vio envuelta mi vida tras conocerla, pusieron bocabajo los cimientos del
mundo tal como lo conocía. Descubrí que nada era como hasta entonces yo creía.
Mi familia a la que creí conocer, me ocultaba
un peligroso secreto que había guardado desde mi nacimiento. Algo tan poderoso
y peligroso que se resistían a confesarme. Tuve que conocerla para que toda la
verdad saliese a la luz y pudiese comprobar por mí mismo que en el apacible
pueblo de Sayville donde vivía, nada ni nadie eran lo que aparentaban ser. El
mundo real dejó de existir para convertirse en un espejismo de lo que en
realidad aguardaba en la sombra.
Pero empecemos por el principio…
Ella era especial, de eso no
había duda. Incomparable a las demás. Nunca había contemplado a una mujer tan
enigmática y exquisita. Sabía que estaba fuera de mi alcance, pero eso tenía el
amor; nunca te puedes enamorar de quien más te conviene o de la persona más
accesible.
Mis sentimientos eran algo
irracionales para un joven cuyos estudios se basaban en la ciencia y en la
razón. Pero el amor era sin duda la ciencia más inexacta del planeta, y eso ya lo
sospechaba.
Yo vivía en un barrio de clase
media a las afueras de la ciudad en una acogedora casa unifamiliar. Una de los
cientos que salpicaban Sayville. Nuestro vecindario era uno de esos barrios
dormitorio de la clase trabajadora que aspiraba eternamente a mudarse a una
zona costera más exclusiva, esa en la que viven los multimillonarios de Nueva
York. En Sayville nunca había sucedido nada extraño o al menos, interesante. No
había atracos, no robaban casas, no había pandilleros pegando tiros por las
esquinas… Nada, todo hasta entonces había sido significativamente normal. Como
si el mal decidiera evitar nuestra pequeña ciudad.
No podía quejarme. A mis padres les iban las
cosas bien, pero tampoco nadábamos en la abundancia. Todo dependía de las
ventas del trimestre en nuestra humilde inmobiliaria familiar.
Ella vivía en la casa de enfrente
desde hacía poco tiempo. El primer día que la vi a través de los cristales
desgastados de su ventana, no lo podía creer. Alguien se había mudado a la casa
de enfrente, la vieja casa del señor Moore. El hombre se había jubilado y había
decidido dejar la pequeña ciudad e ir a recorrer mundo. La joven no fue una
vecina que se prodigara mucho por el vecindario. Al contrario, rara vez se la
veía durante el día y de forma esquiva por noche, normalmente cuando se la veía
salir. Con todo, a mi atraía de manera desquiciante. Esperaba el ocaso para
correr detrás de las cortinas a contemplar cómo se movía por la casa.
Su rostro era una bendición para
los sentidos. Una boca carnosa, pómulos prominentes, dientes blanquísimos y
perfectos… Un rostro que atraería a cualquiera y que estaba enmarcado por unos
ojos azules que irradiaban un magnetismo capaz de cortar la respiración con
solo mirarlos. Esta tez angelical estaba bendecida por una larga melena de
mechones rubios, salpicados de bucles festoneados en color fuego. Su cuerpo era
demasiado perfecto y proporcionado para ser terrenal. Pero misteriosamente lo
que más me atraía de ella no era su físico, sino era ella en sí: el aura que
envolvía todo su ser al moverse.
Yo podía pasar horas agazapado
tras las cortinas tratando de atisbar algún movimiento en la casa de enfrente. Me
comportaba como un quinceañero enamorado más, pero a mis veintiún años jamás
había sentido nada parecido con ninguna otra persona, ni siquiera con las
chicas de la facultad de medicina. Mi mejor amigo, Tim, decía que pillarme de
esa manera por una chica algo mayor que yo, tendría unos veinticuatro, que no
conocía de nada, era de niñatos. Sobre todo teniendo al pibón de Anne detrás de
mí en la facultad.
A pesar de todo lo que debía
estudiar, noche tras noche, siempre empleaba algunos minutos para comprobar si mi
vecina entraba o salía de casa.
Tenía algo que me hipnotizaba. Algo
fuera de lo normal, podría decirse que sobrenatural. Era una atracción
primigenia que me envolvía hacia ella fuertemente y me impedía quitármela de la
cabeza, o concentrarme. Nunca en mi vida había sentido esa irracional atracción
por nada ni por nadie. Mi madre me reñía constantemente por no salir de mi cuarto.
Decía que debía distraerme con mis amigos por ahí. A decir verdad, yo tenía
otra ocupación más a parte de los libros de medicina, tenía que averiguar más
cosas sobre la vecina de enfrente. Estaba seguro que aquella joven era algo más
que un rostro precioso y un cuerpo de infarto, debía saber más de su enigmática
vida, quería conocer a la que sería la mujer de mi vida.
Cada noche mientras estudiaba, albergaba
la esperanza de poder atisbar aunque tan solo fuese un segundo, su silueta. Solo
me conformaba con el destello dorado de su melena cruzando de una habitación a
la otra, o contemplarla mientras atravesaba la acera de enfrente hasta que la
perdía de vista al doblar la esquina. La mayor parte de las noches no lo
conseguía. Esa noche no tenía muchas más esperanzas que otra noche cualquiera.
La climatología no acompañaba. Fuera, en la calle, hacía un tiempo infernal. Aunque
no llovía mucho, el viento era espantoso y los rayos, los truenos sacudían el
firmamento. Nadie en su sano juicio saldría a dar una vuelta con ese infierno
sobre su cabeza. Llevaba todo el día diluviando. Con el reciente vendaval solo
un loco o alguien desesperado se aventuraría a salir en una noche como esa.
Era una verdadera lástima, mis
padres habían salido. Habían ido al entierro del progenitor de un conocido de
mi padre y no volverían hasta bastante tarde. Disponía de la casa para mí solo.
Había fantaseado con la idea de que esa mujer llamase a mi puerta simulando
cualquier excusa, y así podría haberla conocido definitivamente. Podría haberla
invitado a tomar algo, y así por fin, conocerla mejor de una vez por todas y
acabar con mi sufrimiento.
Vivía sola. Nunca la había visto
en compañía de un hombre. Nadie la visitaba, de eso estaba seguro. Así que
pensé que estaría disponible. Pero al instante me martirizaba pensando que
seguramente no se fijaría en un niñato de tercer curso de la carrera de
medicina como yo. A esa diosa le pegaba un hombre de unos treinta y pocos, con un
buen trabajo estable, y un cochazo en la puerta. Aunque tras haber tenido que
presenciar las series favoritas de mi madre: Sexo en Nueva York o Mujeres
Desesperadas, la tendencia de las mujeres de hoy en día era enrollarse
con los más jovencitos, aunque al final
acabasen casadas con los de treinta y tantos.
Empecé a imaginar cómo sería
invitarla esa noche a tomar un té, un café o algo caliente. Después de todo la
idea no era tan descabellada. Puesto que si salía de casa a comprar algo con
ese tiempo, volvería chorreando debido a la terrible noche que hacía fuera. Mi prolífica
imaginación seguía volando, pensando que tal vez necesitara algo de ropa seca,
y… que una cosa llevaría a la otra… Pero finalmente, después de pasar un rato
divagando, lo pensé mejor. Llegué a la conclusión de que mis fantasías eran solo
eso: ensoñaciones delirantes de un joven enamoradamente desesperado por quedar
con ella. Olvidaba un dato importante, la casa de esa escultural joven estaba a
menos de quince metros de la mía, así que lo más normal era que entrase en su
propia casa a cambiarse antes de llamar a la mía. No tenía necesidad de pasarse
por aquí para tomar algo caliente, secarse, y volver a ponerse chorreando
cuando tuviese que cruzar la callejuela para volver a la suya.
Pero como solía decir mi abuela:
<De sueños también se vive
hijo, no renuncies nunca a los tuyos >.
Mi abuela era la única de la
familia que me apoyaba incondicionalmente en todo. Lástima que ya llevase
varios años sin verla, nos dejó una carta en la que explicaba que necesitaba
recorrer mundo antes de… dejar este mundo. La echaba de menos. Mis padres
querían que me centrase en los estudios, y a menudo no hablaban de otra cosa
que no fuese el trabajo, la facultad o el mercado inmobiliario. Mi abuela era
diferente, siempre me prestaba atención y me contaba historias fantásticas y
ridículas acerca de seres irreales y fantasiosos, que mamá censuraba con la
mirada cada vez que la oía, mostrando su desacuerdo en llenarme la cabeza de
tonterías.
Hoy sé que esas historias ni eran
tan fantásticas, ni tan ridículas. Simplemente no conocía a la familia en la
que había nacido. Pero, todo a su tiempo…
Eran las tres de la mañana,
cuando el resplandor de una luz en su cocina me sobresaltó. Acaba de subrayar
un párrafo y el fogonazo de claridad enfrente, me hizo perder la horizontalidad
del subrayado. Ya había perdido toda esperanza de verla, pero parecía que esa
noche tendría suerte. Estaba en la cocina, y aunque estaba seguro que no saldría
fuera, por lo menos iba a verla.
Por fin apareció, allí estaba
empacada en sus jeans oscuros y lavados a la piedra y su blusa negra favorita.
Súbitamente, una fuerza interna se apoderó de mí y me envalentonó para bajar a hablar
con ella. Rápidamente cogí las llaves de casa, un paraguas minúsculo que estaba
tirado en la entrada y crucé de un salto hasta el umbral de su puerta.
Una vez frente al timbre, dudé un
instante. < ¿Estaba loco?> Eran las tres de la madrugada. Quise darme la
vuelta y correr. Mi desesperación por conocerla y saber si tendría posibilidades
con ella, me había hecho perder la razón y precipitarme de tal manera que iba a
cagarla. Finalmente, mi dedo se posó sobre el invento de Edison, muy a mi pesar.
Por un lado, quería permanecer allí sintiendo las minúsculas gotitas de lluvia
salpicándome, mojando todo mi rostro, mientras esperaba a que ella abriese la
puerta. Por otra parte, deseaba correr y esconderme como otra sombra más del
inhóspito camino. Ella debió sorprenderse tanto como yo porque escuché que algo
se le caía y golpeaba súbitamente el suelo. Escuché como recogía, y quise
marcharme, todavía estaba a tiempo. Parecían pedazos de porcelana china hechos
añicos contra el suelo. <Ahora sí que me había lucido> —pensé.
Al instante, escuché sus cautos y ligeros
pasos, como si flotase en vez de caminar, o como si se dirigiese de puntillas
hacia la puerta de entrada donde yo aguardaba impaciente, hecho una sopa en la
penumbra del umbral.
Una vez se aseguró de que tal vez
conocía a la persona que había tras la puerta, o que resultaba ser inofensivo, echó
un último vistazo por la mirilla y me abrió.
La gran puerta blanca se destapó
y reveló un afable rostro que no mostró temor o atisbo de miedo alguno. Su cara
era más bien de curiosidad, más que de sorpresa. Cuando la miré directamente a
los ojos, creí que el mundo entero dejaba de existir y se paraba a mi
alrededor. Era infinitamente mejor contemplándola a escasos centímetros, que viéndola
desde la casa de enfrente tras el cristal.
< ¿Quién dijo lluvia?> Ya
nada me importaba.
Sus labios comenzaron a moverse y
su boca en forma de corazón me habló, su
magnética mirada me estaba atravesando el alma, y ya se sabe que los hombres no
podemos hacer más de una cosa a la vez. No escuché nada, ninguna de las
palabras que me dirigía. Tan solo escuché el latido de mi joven corazón
desbocado y arrebatado por aquellos laberínticos ojos. Jamás me había cruzado
con unos ojos tan misteriosos y sensuales, daban vértigo. Una vez pude
recuperarme del embrujo de aquella joven, me di cuenta que estaba dentro de su
hogar. Aquel que tantas veces había observado desde mi habitación. El lugar que
tanto había vigilado y que tan bien conocía de puertas para fuera.
Por dentro resultó ser muy acogedor, aunque
algo simple y funcional. Invitaba al huésped a sentarse y a relajarse
contemplando la estancia. Apenas si había cuadros, tan solo una litografía de
un bucólico amanecer. Las paredes estaban recubiertas de madera de roble, lo
que daba cierta oscuridad a la estancia. Tampoco ayudaba que había pocas luces
y todas alumbraban hacia el techo, dejando el suelo en penumbra. El mobiliario era
adusto y parecía que fuese alquilado o comprado por internet. Todos los muebles
eran simétricos y carecían de pequeñas imperfecciones y los vestigios de la
personalidad de la propietaria. En su mayoría era impersonal y sobrio, como
elegido por catálogo y colocado siguiendo hasta la última de las indicaciones.
Era impensable que alguien con ese estilo al caminar, esa dulzura al hablar y
ese modo de mirar, tuviese tan pésimo gusto en lo que refería a la decoración
de interiores.
— ¿Te has recuperado ya? —preguntó
con voz suave y preocupada. Un mechón de sus cabellos abandonó el resto de su
melena y se posó traicionero sobre su ojo derecho, rozando juguetón su labio
superior cuando inclinó su cabeza para saber qué me ocurría. Quise ayudarla a
apartar ese invasor del equilibrio de su rostro, pero me pareció un
atrevimiento. Tuve que hacer retroceder a mi mano—. Pensaba que te encontrabas
mal, o que eras muy rarito. Por un momento, viéndote ahí tan callado y
mojándote como un pasmarote, he pensado que te sucedía algo… Debes estar
chorreando…
—No, no —repuse velozmente— no sé
cómo explicarlo, pero… llevo algún tiempo viéndote por el barrio. Nos hemos
saludado en alguna ocasión por la noche, y… me preguntaba… si te gustaría venir
por casa a tomar algo esta noche… —Le sugerí como si la cosa no fuese conmigo,
traté de disimular el tartamudeo con un carraspeo en la garganta.
—Mira… De acuerdo, si tan
interesado estás en conocerme, ¿por qué no tomamos algo otro día, a una hora
más prudente? —Respondió haciendo una pausa algo incómoda que me hizo sentir
como todo un psicópata nocturno—. Lo digo más que nada porque son más de las
tres de la madrugada. —sonrió picaronamente y mostró unos dientes perfectos y
blancos—, ya estaba tomando algo calentito y me disponía a dormir, así que si no te importa… Otro día… Por
mí, perfecto. Eso sí, si es de noche, a una hora más temprana.
Noté como empezaba a sonrojarme
por lo ridículo de la situación y porque por mi culpa le había dado un susto de
muerte. Seguramente había hecho pedazos su taza de cacao caliente y tendría que
limpiar el destrozo en la cocina. Decidí que al día siguiente saldría a buscarle
una taza nueva.
—Tienes toda la razón. Perdona,
estaba estudiando y no había caído en la cuenta de lo tarde que es, y…
—Sí, perdiste la noción del
tiempo y pensaste, voy a destrozarle la taza favorita a mi vecina y así la
espabilo antes de ir a dormir. —Comentó de forma irónica. Me sonrió mientras me
acompañaba cortésmente a la salida.
—Sólo una última cosa —la interrumpí—,
¿cómo te llamas? Nunca hemos hablado lo suficiente para siquiera preguntar tu
nombre. Siendo vecinos no es muy educado ni conocer cómo nos llamamos. Además,
no hay ningún nombre en tu buzón y… Yo soy Marc —apunté mientras le tendía la
mano.
Me di cuenta que acababa de meter
la pata hasta el fondo, le había confesado que había fisgoneado en su buzón
para saber cuál era su nombre.
—No me malinterpretes, yo sólo
pretendía…
—No te preocupes… —sonrió—, yo me
llamo Sasha. —contestó divertida, despidiéndose con una enorme sonrisa al cerrar
su puerta.
Allí estaba yo, bajo la lluvia,
como Sinatra en la canción. Estaba seguro de haber hecho el tonto. Un
universitario ridiculizado a las tres de la mañana, y sin embargo me sentí el
tipo más feliz de la faz de la tierra.
Cuando llegué a casa, un par de
minutos más tarde, no me lo creía. Había sido tan fantástico…
<Me había dicho que quería
quedar otro día a tomar algo>, —pensé en voz alta.
Tardé en volver a concentrarme
tras aquel inesperado encuentro nocturno. Pensé que tal vez era hora de dejar
el estudio por hoy. Justo cuando estaba recogiendo la mesa de estudio, y
preparándome para irme con Morfeo, la luz de mi habitación se apagó de golpe.
Todo se quedó a oscuras. Mis padres no habían sido, puesto que todavía no
habían regresado. Seguramente se debiera a la tormenta.
— ¡Malditos plomillos!, siempre
que hay tormenta saltan, es raro que no lo hubiesen hecho antes. —gruñí en voz
alta intentando mantener la calma en medio de la oscuridad.
Tardé unos segundos en revolver
el cajón de los trastos que tenía mi escritorio donde, por alguna parte, se
suponía que habría una linterna de dinamo para estos casos. Evidentemente, no
apareció al principio. Estaba maldiciendo mi suerte al tropezarme y volcar toda
clase de objetos dentro del cajón, convencido de que seguramente otro día
cuando buscase otro objeto la encontraría, cuando por fin apareció. Agarré su
empuñadura de goma negra y me dirigí raudo hasta el garaje que era contiguo a
la casa. Allí se encontraba el cuadro eléctrico.
Estaba bajando por las escaleras
desde la segunda planta cuando miré involuntariamente hacia la casa de Sasha. Siempre
hacía lo mismo cuando pasaba por aquel ventanal ovalado. Cuál fue mi sorpresa, cuando
la vi salir ataviada con un largo impermeable negro que le cubría hasta los
tobillos y unas botas altas de goma del mismo color.
Poco a poco, la indignación y la
furia por haberme engañado diciéndome que se disponía a dormir, dejaron paso a
una voraz intriga que se transformó en una lógica preocupación por que no le
sucediese nada caminando de noche y sola. Así que hice lo que debía: decidí
seguirla.
< ¿Dónde se suponía que podía
ir una chica joven y atractiva, sola y a las cuatro de la madrugada, en una
noche como esa?>
Cuando salí de mi casa lo peor de
la tormenta había pasado. Ahora apenas si llovía. La atmósfera había cambiado,
la noche se había vuelto mucho más cálida, el cielo estaba más abierto. Sentí
que mi mente se despejaba, el intenso y cálido olor a tierra mojada invitaba a
pasear aunque el reloj de mi muñeca se aproximase amenazante a las cinco de la
madrugada. Mis padres tal vez estuviesen a punto de regresar, si no me
encontraban en casa tal vez podrían preocuparse. Por mi edad podía salir y
entrar cuando quisiese, pero entre semana no acostumbraba a salir de noche con
un tiempo de perros y menos a esas horas. Pensé que debería haberles dejado una
nota al menos. Pero ya no podía regresar, si lo hacía, corría el riesgo de
perder su pista.
No sabía muy bien porqué la seguía.
Jamás había hecho nada extraño, cosas más bien relacionadas con obsesos o
viciosos perseguidores de jóvenes atractivas en mitad de la noche. Como si de
una película de serie B mala se tratase…
Pero había algo que me instaba a
seguirla. Necesitaba saber que se encontraba bien. Que regresaba a salvo tras
su paseo nocturno. Acababa de saber su nombre y su magnetismo me impedía
abandonar esa excursión nocturna tras una chica a la que necesitaba proteger
sin saber por qué. Todavía retumbando algún trueno en la distancia, salí de
casa a toda prisa con el tiempo justo de agarrar un chubasquero. Iba a seguirla
a una distancia prudencial no quería que pensase que era un acosador o algo por
el estilo, pero lo suficientemente cerca para intervenir en caso de que se
encontrase en dificultades. No sabía qué pretendía, pero problemas era lo único
que podía encontrar a esas horas.
Cuando salí, solo me dio tiempo
de atisbar sus cabellos rubios al doblar la esquina. La seguí con la cautela de
un felino por la estrecha avenida, semioculto tras los inmóviles coches
aparcados. Me iba mojando al pegarme a los vehículos y mis botines de piel
chapoteaban en los caudalosos charcos bajo los coches estacionados. Notaba cómo
mis pies se mojaban, pero no quería hacer ruido.
Cuando todo parecía indicar que
seguiría andando en línea recta, siguiendo el sendero solitario de la avenida,
simplemente para pasear y pensar en sus cosas, giró a la derecha. Tomó
dirección al viejo parque. Ahora sí que me tenía realmente intrigado. No era
normal que una joven paseara sola a esas horas, pero lo era aun menos que se
adentrase en un parque tan grande, tétrico e inhóspito como aquel. Nadie en su
sano juicio lo habría hecho.
En la distancia oí las campanadas
de la vieja iglesia que estaba cerca. Me pareció verla taparse los oídos, pero
no pude apreciarlo bien pues ya se adentraba en el bosque y la oscuridad que
rodeaba al lugar me impedía ver con claridad. De todas formas, no podía acercarme
más o me descubriría.
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